MAGRITTE

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jueves, 24 de mayo de 2012

La adolescencia adelantada: Un grito precoz


Los expertos han comprobado que las alteraciones hormonales que sufren los adolescentes cada vez tienen lugar antes: a los 8 o 9 años, y no a los 11. ¿Las causas? No se saben exactamente, pero los científicos tienen diversas teorías inquietantes


La pediatra norteamericana Marcia Herman-Giddens advirtió, ya en los años 80, que las cuentas no cuadraban. A su clínica de la Universidad de Duke (Carolina del Norte, Estados Unidos) comenzaron a llegar pequeñas de 8 y 9 años que ya mostraban cierto desarrollo mamario y vello púbico, dos síntomas que anuncian que la pubertad ha dado el pistoletazo de salida. ¿Tan pronto? Demasiado: según las cifras que se habían dado por buenas desde los 60, y que todavía hoy recoge la Organización Mundial de la Salud, la adolescencia transcurre entre los 11 y los 19 años.

Intrigada, Herman-Giddens realizó un estudio de gran alcance: analizó a 17.000 pequeñas y vio que la edad media de comienzo de aparición de los pechos era, entre las blancas, de 9,96 años; y de solo 8,87 años en la comunidad afroamericana. El artículo apareció publicado en 1997 en la revista Pediatrics (la biblia del ramo) y provocó un gran revuelo social y entre los especialistas en endocrinología.


Ahora, nuevos estudios han venido a cerrar años de polémica. La misma publicación científica ha recogido nuevos datos aún más significativos: a la edad de 7 años, el 10 por ciento de las niñas blancas en Estados Unidos había empezado su desarrollo mamario. Una cifra que se elevaba hasta el 23 por ciento en la comunidad afroamericana y un 15 por ciento entre las de origen hispano. El concepto de 'normalidad' en ese confuso e inabarcable concepto que es la pubertad está cambiando. Mejor dicho: ha cambiado ya. Y el léxico de los especialistas busca maneras de abarcar la transformación.


Desde un punto de vista clínico se distinguen en este sentido dos situaciones claramente diferenciadas: la pubertad precoz y la pubertad adelantada. La primera sería la que se produce antes de los 8 años. Puede tener consecuencias más graves que la pubertad adelantada (aquella que arrancaría entre los 8 y los 9 años), pero tiene una ventaja con respecto a esta última: tiene tratamiento, a base de hormonas que frenan los cambios en el organismo. Aunque hay que actuar con celeridad: en el caso de las niñas, no hay nada que hacer una vez que se ha producido la primera menstruación.


«No hemos notado un ascenso significativo de la pubertad precoz», explica Lourdes Ibáñez, endocrinóloga del hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. «Lo que vemos mucho más a menudo en la consulta son padres preocupados por una pubertad adelantada, que no es ni normal ni precoz». En efecto, los especialistas coinciden en no levantar las alarmas por la llamada 'pubertad precoz'. Poco frecuente, aunque hay casos llamativos, como el de la pequeña Aisley Sioux, de Fort Collins (Colorado, Estados Unidos): hoy, a sus 9 años, luce las curvas de su madre, sus ojos, su pelo... A los 6 ya había comenzado a aparecer el vello en el pubis y en las axilas, poco después llegaron la primera menstruación y un largo peregrinar de médicos que poca ayuda aportaban. Hoy, su madre tiene un blog de significativo nombre para ayudar a otros progenitores en casos similares: www.thegirlrevolution.com.


Más generalizada es esa pubertad adelantada, ni normal ni precoz, de la que habla la doctora Ibáñez. Esa que empieza a los 8 años. En Europa se utiliza como referencia otro estudio, publicado también en la revista Pediatrics, pero realizado esta vez por un equipo de investigadores del Hospital Universitario de Copenhague. Conclusión: la edad media de inicio de la menarquia (la primera menstruación) se ha adelantado un año en los últimos 15 años. Mientras que otros estudios recogen que hace 150 años las mujeres alcanzaban su madurez sexual a los 17. ¿Causas de este adelanto? «Nadie lo sabe exactamente», afirma Lourdes Ibáñez. «Hay muchos factores que influyen. La genética no puede haber cambiado en tan poco tiempo, pero la epigenética es nueva: tus genes son los mismos, pero se dan determinadas circunstancias ambientales que hacen que se comporten de distinta manera».


La obesidad es uno de ellos. Y en este aspecto los pequeños españoles, con una tasa de obesidad del 20 por ciento (y un 44,5 con sobrepeso, según un reciente estudio publicado por la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad), tienen más 'papeletas' que sus pares europeos. La clave podría residir en la leptina, una hormona desconocida hasta fechas relativamente recientes (se descubrió en experimentos con ratones en 1994) y que se produce mayoritariamente en las células grasas. Parece demostrado que la leptina interviene en la regulación del inicio de la pubertad, al menos en las chicas: esta hormona sería la que informaría al cerebro de que ya existe un índice de masa corporal suficiente para iniciar el proceso de transformación hacia el mundo adulto.


Pero no es solo cuestión de peso, sino de cuándo y cómo se haya ganado. Así, la doctora Ibáñez menciona la influencia que tiene en una pubertad adelantada el nacer con bajo peso una tendencia creciente debido a la avanzada edad de las madres y un mayor número de tratamientos de fertilidad y ganar los gramos que faltan con rapidez tras el parto. También se ha comprobado que los pequeños adoptados tienen mayor tendencia a un adelanto en la pubertad: parte de la explicación radica en el cambio alimentario, al pasar de una dieta nutricionalmente pobre a las comodidades de su nuevo hogar.


Otra de las causas que barajan los especialistas es el papel de los químicos ambientales, que podrían alterar el funcionamiento normal del organismo. Por ejemplo, los estrógenos presentes en algunos productos de aseo o los filoestrógenos de productos derivados de la soja. O los llamados 'disruptores endocrinos' que pueden aparecer en plásticos, plaguicidas u otros compuestos empleados por la industria agroalimentaria. El problema es que inciden en la comunicación normal en el denominado 'eje hipotálamo-hipofisario-gonadal', es decir, en la cadena de mensajes químicos que ponen en marcha la pubertad.


Desde un punto de vista biológico, esta arranca cuando el hipotálamo comienza a segregar la hormona GnRH (ver gráfico de la página 20). Al hacerlo, anuncia a ovarios y testículos de que ha llegado la hora de producir las hormonas sexuales: la testosterona y los estrógenos 'inundan' así el organismo de chicos y chicas, respectivamente. Es, además, la época en que se produce un mayor incremento de nuestra masa ósea. Durante la pubertad, se genera el 45 por ciento del contenido mineral óseo. Esto explica una de las mayores preocupaciones de los especialistas: la posible disminución de la talla final como consecuencia de una pubertad adelantada. El 'estirón' se produce antes de tiempo, pero se comporta de manera irregular y se ha visto que podría dar lugar a una talla de hasta 5 centímetros más baja de la que correspondería genéticamente. Otro de los riesgos es una mayor posibilidad de desarrollar cáncer de mama en las chicas, como consecuencia de una exposición prolongada a los estrógenos que el cuerpo comienza a producir antes de tiempo.


Ocurre, además, que no solo se está adelantando el inicio, sino que el final de la adolescencia se está retrasando, con lo que puede durar hasta 10 o 12 años. «Se prolonga una etapa en la que el cerebro es especialmente vulnerable», explica Natalia López Moratalla, catedrática de bioquímica y biología molecular de la Universidad de Navarra. Los cambios hormonales ponen en marcha «una onda de maduración cerebral que empieza en la nuca y arranca hacia delante y hacia arriba hasta llegar a la frente». El cerebro, 'a media cocción' hasta entonces, culmina su desarrollo en un proceso que puede ampliarse hasta los 20 años. Aunque pueda parecer paradójico, la cantidad de materia gris se reduce en el proceso; pero al mismo tiempo se crean unas mejores conexiones cerebrales. Esas conexiones son, como dice gráficamente la especialista, 'el cableado' de nuestro cerebro, que durante este periodo es muy sensible a nuestra experiencia vital: de ahí que ciertas conductas de riesgo asociadas con la adolescencia -como puede ser la experimentación con drogas o con alcohol- tengan consecuencias sumamente negativas en la maduración definitiva de nuestra estructura cerebral. «Se incrementa el riesgo de enfermedades psiquiátricas, como la depresión, las fobias o incluso la esquizofrenia. Parece un discurso muy negativo, pero soluciones hay», reflexiona Natalia López, quien destaca, por ejemplo, la importancia de que los pequeños cuenten con núcleos de solidaridad en su entorno: amigos con los que practicar el deporte o fomentar su curiosidad artística. Al mismo tiempo explica la diferencia entre chicos y chicas. «En ellas hay, en este periodo, una mayor comunicación entre los dos hemisferios, con una utilización más intensa del lóbulo temporal, que es el que procesa las emociones». Por ello, las jóvenes adolescentes tienen más memoria emocional y son más sensibles a trastornos de estrés postraumático que los chicos. En ellos se incrementan los receptores del llamado 'complejo amigdalino', que participa en la agresión y la ansiedad y está conectado a su vez con el lóbulo prefrontal, que se ha asociado con trastornos del ánimo.


Para Gonzalo Morandé, jefe de servicio de la unidad de psiquiatría y psicología del Hospital Universitario Niño Jesús: «Nunca como ahora ha habido una apropiación tan intensa y masiva de los modelos de comportamiento de los adultos». Influyen muchos factores: pasan más tiempo con ellos; la televisión, ávida de emociones fuertes, renueva sus guiones con conductas poco normalizadas. «¿Es normal que una profesora tenga un rollo con su alumno?», se pregunta retóricamente. Especialmente preocupante para la catedrática es la reducción de la edad de juego: «Desde que empezamos a investigar, ha bajado de los 14 a los 11 años». La infancia se reduce y cambia el contexto de socialización: del juego en el parque a la discotecalight para menores, el paso siguiente: el botellón. «Los pequeños tienen acceso a conductas de libertad sin el correlato de responsabilidad que correspondería, y la diferencia entre madurez biológica y social se dilata», explica.


La conclusión es clara: la dieta, el entorno social, los agentes químicos que ingerimos o alcanzan nuestro organismo... todo ello ha contribuido a que los pequeños den el salto a la edad adulta de manera prematura, sin que su cabeza ni su cuerpo estén preparados para ello. No es una condena, pero sí una señal de alarma a la que conviene prestar atención. Los especialistas, desde psiquiatras a endocrinos, aconsejan acudir cuanto antes a su consulta. La pubertad precoz tiene tratamiento; la adelantada, no, pero un correcto seguimiento por parte del experto puede evitar problemas. 

Daniel Méndez. Fotografía Antón Goiri