A los que somos adultos no nos cabe ninguna duda de que los peligros en la vida existen.
Y lo sabemos, no por que lo hayamos leído o nos lo hayan contado, sino que lo afirmamos por experiencia vital.
¿Cuántas veces no nos hemos lamentado por no prever los aquellos acontecimientos que nos han llevado por dolorosos derroteros? ¿Quién no se ha dicho a si mismo alguna vez: “si pudiera volver a nacer esto no me ocurriría otra vez”?
El lobo existe
Lo cierto es que el lobo existe, a pesar de los cantos de sirena de la sociedad pretendidamente feliz en que vivimos, y de que ni nosotros mismos llegamos a verle las orejas hasta que no es demasiado tarde, y la fiera ha propinado un buen arañazo o un buen mordisco a nuestros hijos o a nuestra estructura familiar.
Es verdad que nuestros hijos y/o alumnos hacen muchas veces caso omiso de los consejos que “la voz de la experiencia” que padres y maestros puedan aportar. Pero lo cierto es que, tanto unos como otros, somos, cada uno en su lugar, los últimos responsables de la educación de los niños y de las niñas, por lo menos hasta su mayoría de edad.
Por ello, aunque no nos hagan caso, no está de más dar algún consejo.
Pero sobre todo, debemos tener muy claro que, en última instancia, las decisiones que configuran la vida de nuestros hijos, las debemos tomar nosotros, los padres, y no ellos los niños. Y eso comporta tensión, lucha y nadar contracorriente, porqué muchas nuestras iniciativas no les van a gustar, …por lo menos de entrada.
Los límites claros ayudan al crecimiento de nuestros hijos, que sin ellos se desparramarían como agua en un vaso sin paredes.
Los límites les ayudan a fortalecerse y a aceptar la frustración, que es uno de los principios elementales de la realidad de la vida.
Ni que decir tiene que lo “valiente no quita lo cortés”, pues nuestros hijo i/o alumnos necesitan también sentirse acogidos y queridos: requieren al tiempo nuestro amor y atención personal.
Este sitio pretende poner un grano de arena en esta perspectiva de la educación: la de intentar ver, a la luz de un futuro inevitable, los peligros que les-nos acechan. Para quitarle la piel de cordero a ese lobo omnipresente en la historia de la humanidad.
No nos planteamos resolver los problemas que en un futuro puedan afectar a nuestros hijos en su lugar, sino educarles en el espíritu de combate que la vida pide, siguiendo la dura y dulce senda del amor.