Los expertos han comprobado que las alteraciones hormonales que sufren los 
adolescentes cada vez tienen lugar antes: a los 8 o 9 años, y no a los 11. ¿Las 
causas? No se saben exactamente, pero los científicos tienen diversas teorías 
inquietantes
La pediatra norteamericana Marcia 
Herman-Giddens advirtió, ya en los años 80, que las cuentas no cuadraban. A su 
clínica de la Universidad de Duke (Carolina del Norte, Estados Unidos) 
comenzaron a llegar pequeñas de 8 y 9 años que ya mostraban cierto desarrollo 
mamario y vello púbico, dos síntomas que anuncian que la pubertad ha dado el 
pistoletazo de salida. ¿Tan pronto? Demasiado: según las cifras que se habían 
dado por buenas desde los 60, y que todavía hoy recoge la Organización Mundial 
de la Salud, la adolescencia transcurre entre los 11 y los 19 años.
Intrigada, Herman-Giddens realizó un estudio de 
gran alcance: analizó a 17.000 pequeñas y vio que la edad media de comienzo de 
aparición de los pechos era, entre las blancas, de 9,96 años; y de solo 8,87 
años en la comunidad afroamericana. El artículo apareció publicado en 1997 en la 
revista Pediatrics (la biblia del ramo) y provocó un gran revuelo social y entre 
los especialistas en endocrinología.
Ahora, nuevos estudios han venido a cerrar años 
de polémica. La misma publicación científica ha recogido nuevos datos aún más 
significativos: a la edad de 7 años, el 10 por ciento de las niñas blancas en 
Estados Unidos había empezado su desarrollo mamario. Una cifra que se elevaba 
hasta el 23 por ciento en la comunidad afroamericana y un 15 por ciento entre 
las de origen hispano. El concepto de 'normalidad' en ese confuso e inabarcable 
concepto que es la pubertad está cambiando. Mejor dicho: ha cambiado ya. Y el 
léxico de los especialistas busca maneras de abarcar la transformación.
Desde un punto de vista clínico se distinguen 
en este sentido dos situaciones claramente diferenciadas: la pubertad precoz y 
la pubertad adelantada. La primera sería la que se produce antes de los 8 años. 
Puede tener consecuencias más graves que la pubertad adelantada (aquella que 
arrancaría entre los 8 y los 9 años), pero tiene una ventaja con respecto a esta 
última: tiene tratamiento, a base de hormonas que frenan los cambios en el 
organismo. Aunque hay que actuar con celeridad: en el caso de las niñas, no hay 
nada que hacer una vez que se ha producido la primera menstruación.
«No hemos notado un ascenso significativo de la 
pubertad precoz», explica Lourdes Ibáñez, endocrinóloga del hospital Sant Joan 
de Déu de Barcelona. «Lo que vemos mucho más a menudo en la consulta son padres 
preocupados por una pubertad adelantada, que no es ni normal ni precoz». En 
efecto, los especialistas coinciden en no levantar las alarmas por la llamada 
'pubertad precoz'. Poco frecuente, aunque hay casos llamativos, como el de la 
pequeña Aisley Sioux, de Fort Collins (Colorado, Estados Unidos): hoy, a sus 9 
años, luce las curvas de su madre, sus ojos, su pelo... A los 6 ya había 
comenzado a aparecer el vello en el pubis y en las axilas, poco después llegaron 
la primera menstruación y un largo peregrinar de médicos que poca ayuda 
aportaban. Hoy, su madre tiene un blog de significativo nombre para ayudar a 
otros progenitores en casos similares: www.thegirlrevolution.com.
Más generalizada es esa pubertad adelantada, ni 
normal ni precoz, de la que habla la doctora Ibáñez. Esa que empieza a los 8 
años. En Europa se utiliza como referencia otro estudio, publicado también en la 
revista Pediatrics, pero realizado esta vez por un equipo de investigadores del 
Hospital Universitario de Copenhague. Conclusión: la edad media de inicio de la 
menarquia (la primera menstruación) se ha adelantado un año en los últimos 15 
años. Mientras que otros estudios recogen que hace 150 años las mujeres 
alcanzaban su madurez sexual a los 17. ¿Causas de este adelanto? «Nadie lo sabe 
exactamente», afirma Lourdes Ibáñez. «Hay muchos factores que influyen. La 
genética no puede haber cambiado en tan poco tiempo, pero la epigenética es 
nueva: tus genes son los mismos, pero se dan determinadas circunstancias 
ambientales que hacen que se comporten de distinta manera».
La obesidad es uno de ellos. Y en este aspecto 
los pequeños españoles, con una tasa de obesidad del 20 por ciento (y un 44,5 
con sobrepeso, según un reciente estudio publicado por la Sociedad Española para 
el Estudio de la Obesidad), tienen más 'papeletas' que sus pares europeos. La 
clave podría residir en la leptina, una hormona desconocida hasta fechas 
relativamente recientes (se descubrió en experimentos con ratones en 1994) y que 
se produce mayoritariamente en las células grasas. Parece demostrado que la 
leptina interviene en la regulación del inicio de la pubertad, al menos en las 
chicas: esta hormona sería la que informaría al cerebro de que ya existe un 
índice de masa corporal suficiente para iniciar el proceso de transformación 
hacia el mundo adulto.
Pero no es solo cuestión de peso, sino de 
cuándo y cómo se haya ganado. Así, la doctora Ibáñez menciona la influencia que 
tiene en una pubertad adelantada el nacer con bajo peso una tendencia creciente 
debido a la avanzada edad de las madres y un mayor número de tratamientos de 
fertilidad y ganar los gramos que faltan con rapidez tras el parto. También se 
ha comprobado que los pequeños adoptados tienen mayor tendencia a un adelanto en 
la pubertad: parte de la explicación radica en el cambio alimentario, al pasar 
de una dieta nutricionalmente pobre a las comodidades de su nuevo hogar.
Otra de las causas que barajan los 
especialistas es el papel de los químicos ambientales, que podrían alterar el 
funcionamiento normal del organismo. Por ejemplo, los estrógenos presentes en 
algunos productos de aseo o los filoestrógenos de productos derivados de la soja. O los llamados 
'disruptores endocrinos' que pueden aparecer en plásticos, plaguicidas u otros 
compuestos empleados por la industria agroalimentaria. El problema es que 
inciden en la comunicación normal en el denominado 'eje 
hipotálamo-hipofisario-gonadal', es decir, en la cadena de mensajes químicos que 
ponen en marcha la pubertad.
Desde un punto de vista biológico, esta arranca 
cuando el hipotálamo comienza a segregar la hormona GnRH (ver gráfico de la 
página 20). Al hacerlo, anuncia a ovarios y testículos de que ha llegado la hora 
de producir las hormonas sexuales: la testosterona y los estrógenos 'inundan' 
así el organismo de chicos y chicas, respectivamente. Es, además, la época en 
que se produce un mayor incremento de nuestra masa ósea. Durante la pubertad, se 
genera el 45 por ciento del contenido mineral óseo. Esto explica una de las 
mayores preocupaciones de los especialistas: la posible disminución de la talla 
final como consecuencia de una pubertad adelantada. El 'estirón' se produce 
antes de tiempo, pero se comporta de manera irregular y se ha visto que podría 
dar lugar a una talla de hasta 5 centímetros más baja de la que correspondería 
genéticamente. Otro de los riesgos es una mayor posibilidad de desarrollar 
cáncer de mama en las chicas, como consecuencia de una exposición prolongada a 
los estrógenos que el cuerpo comienza a producir antes de tiempo.
Ocurre, además, que no solo se está adelantando 
el inicio, sino que el final de la adolescencia se está retrasando, con lo que 
puede durar hasta 10 o 12 años. «Se prolonga una etapa en la que el cerebro es 
especialmente vulnerable», explica Natalia López Moratalla, catedrática de 
bioquímica y biología molecular de la Universidad de Navarra. Los cambios 
hormonales ponen en marcha «una onda de maduración cerebral que empieza en la 
nuca y arranca hacia delante y hacia arriba hasta llegar a la frente». El 
cerebro, 'a media cocción' hasta entonces, culmina su desarrollo en un proceso 
que puede ampliarse hasta los 20 años. Aunque pueda parecer paradójico, la 
cantidad de materia gris se reduce en el proceso; pero al mismo tiempo se crean 
unas mejores conexiones cerebrales. Esas conexiones son, como dice gráficamente 
la especialista, 'el cableado' de nuestro cerebro, que durante este periodo es 
muy sensible a nuestra experiencia vital: de ahí que ciertas conductas de riesgo 
asociadas con la adolescencia -como puede ser la experimentación con drogas o 
con alcohol- tengan consecuencias sumamente negativas en la maduración 
definitiva de nuestra estructura cerebral. «Se incrementa el riesgo de 
enfermedades psiquiátricas, como la depresión, las fobias o incluso la 
esquizofrenia. Parece un discurso muy negativo, pero soluciones hay», reflexiona 
Natalia López, quien destaca, por ejemplo, la importancia de que los pequeños 
cuenten con núcleos de solidaridad en su entorno: amigos con los que practicar 
el deporte o fomentar su curiosidad artística. Al mismo tiempo explica la 
diferencia entre chicos y chicas. «En ellas hay, en este periodo, una mayor 
comunicación entre los dos hemisferios, con una utilización más intensa del 
lóbulo temporal, que es el que procesa las emociones». Por ello, las jóvenes 
adolescentes tienen más memoria emocional y son más sensibles a trastornos de 
estrés postraumático que los chicos. En ellos se incrementan los receptores del 
llamado 'complejo amigdalino', que participa en la agresión y la ansiedad y está 
conectado a su vez con el lóbulo prefrontal, que se ha asociado con trastornos 
del ánimo.
Para Gonzalo Morandé, jefe de servicio de la 
unidad de psiquiatría y psicología del Hospital Universitario Niño Jesús: «Nunca 
como ahora ha habido una apropiación tan intensa y masiva de los modelos de 
comportamiento de los adultos». Influyen muchos factores: pasan más tiempo con 
ellos; la televisión, ávida de emociones fuertes, renueva sus guiones con 
conductas poco normalizadas. «¿Es normal que una profesora tenga un rollo con su 
alumno?», se pregunta retóricamente. Especialmente preocupante para la 
catedrática es la reducción de la edad de juego: «Desde que empezamos a 
investigar, ha bajado de los 14 a los 11 años». La infancia se reduce y cambia 
el contexto de socialización: del juego en el parque a la discotecalight para 
menores, el paso siguiente: el botellón. «Los pequeños tienen acceso a conductas 
de libertad sin el correlato de responsabilidad que correspondería, y la 
diferencia entre madurez biológica y social se dilata», explica.
La conclusión es clara: la dieta, el entorno 
social, los agentes químicos que ingerimos o alcanzan nuestro organismo... todo 
ello ha contribuido a que los pequeños den el salto a la edad adulta de manera 
prematura, sin que su cabeza ni su cuerpo estén preparados para ello. No es una 
condena, pero sí una señal de alarma a la que conviene prestar atención. Los 
especialistas, desde psiquiatras a endocrinos, aconsejan acudir cuanto antes a 
su consulta. La pubertad precoz tiene tratamiento; la adelantada, no, pero un 
correcto seguimiento por parte del experto puede evitar problemas. 
Daniel Méndez. Fotografía Antón Goiri